Nicolás Maquiavelo vivió en una época difícil y
en un país aún más difícil. En sus tiempos no había conceptos tan sagrados hoy
como integridad territorial, soberanía o gobernante legitimo. En aquel rompecabezas que era la Italia renacentista se
valía de todo. Envenenar al hermano, al primo o al padre, mandarlos matar en la
oscuridad de la noche para ocupar su puesto, invadir pequeños territorios para
apoderarse de ellos, pasar a cuchillo a rivales por aristocráticos que fueran,
entre otros tantos tipos de atrocidades, eran moneda común, demasiado común. Los
gobernantes tenían que ser poco más que despiadados para salvar, antes que
cualquier otra cosa, la vida y luego para poder durar en el puesto y agrandar
su territorio.
En este caldero hirviendo no podía haber buenos
gobernantes que también fueran buenos en el sentido moral de la palabra. Maquiavelo
así lo entendió y se dio a la tarea de escribir un ensayo para sentar las bases
de lo que habría de ser, según él, un buen gobernante o, mejor dicho, un
gobernante eficiente.
Usó los acontecimientos históricos más
revelantes de su época, muchos ocurridos en la propia Italia, para explicar su
teoría respecto a cómo tenía que actuar un gobernante para tener éxito. El
resultado fue un libro algo breve, bastante bien escrito y repleto de frases y
reflexiones sencillamente extraordinarias. El entorno en el que vivía
Maquiavelo, bastante hostil, con gobiernos efímeros y gobernantes con triste
final, lo llevó a desarrollar una teoría bastante contundente y libre de
hipocresías con frases como: a los
hombres hay que conquistarlos o eliminarlos. Nada de términos medios, si un
puñado de súbditos no querían serlo sencillamente tenían que desaparecer.
Las teorías de El Príncipe siguen vigentes no sólo porque Maquiavelo fue muy
acertado al juzgar los acontecimientos de su tiempo, sino porque lo que ha
venido ocurriendo después a muchos países y gobernantes no escapa a los
lineamientos establecidos por él. Para
evitar una guerra nunca se debe dejar que un desorden siga su curso dijo
Maquiavelo, y la historia reciente nos demuestra que los desordenes no
controlados a tiempo siempre terminan en cosas terribles.
Como hombre muy propio de su tiempo, Maquiavelo
poco se fija en lo moralmente correcto al momento de darnos sus consejos, para él el hecho de que un
gobernante fuera brutal poco importaba. Dividió a los príncipes en dos grupos
solamente: los que conseguían sus propósitos, que a la vez eran zorro y león, y que podían carecer de
virtudes pero aparentar muy bien tenerlas; y los que simplemente no conseguían
sus propósitos, a los que criticó duramente. Maquiavelo en nuestro tiempo
habría elogiado a un dictador que se perpetúa medio siglo como amo y señor de
su país a costa de sangre y más sangre por su logro.
Y eso fue precisamente lo que el hizo con el
temible duque Valentino, es decir, César Borgia, el más asesino de los Borgia
-familia que practicaba asiduamente el oficio-, capaz de los crímenes más
perversos para satisfacer su ambición. Pero Maquiavelo no veía los crímenes,
sino los logros, y de éstos César alcanzó muchos con ayuda de su crueldad y de
su poderoso padre, el santo padre. Ante las proezas del temido Duque,
Maquiavelo se quedó perplejo y lo dejó más que claro: No me cansaré nunca de elogiar a César Borgia y su conducta. En tal
caso El Príncipe no es un manual para hacer el bien, sino para hacer cosas
grandes aunque estén cimentadas en crueldad.
Pero allí no termina la obra. Su autor sin duda
pensó sólo en crear un libro para orientar a los gobernantes en su forma de
proceder, pero El Príncipe es hoy
para muchos un manual de vida y en el mejor de los casos para empresarios una
guía del éxito. Salió a la luz en 1513 y sigue vigente. Y tomando en cuenta que
cambia el mundo pero el hombre, en cuanto a sus ambiciones, siempre es el
mismo, El Príncipe seguirá siendo un
manual nada desdeñable hasta que el hombre deje de existir, si es que eso
ocurre algún día.
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