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viernes, 2 de noviembre de 2012

Eunucos y el oficio de cuidar mujeres


En algunos extintos imperios orientales, donde las disposiciones del sultán o emperador eran tan estrafalarias como crueles y omnipotentes, se empleó mucho el uso de eunucos para cuidar a las mujeres de los gobernantes. Estos pobres infelices literalmente veían el pan y no tenían la menor posibilidad de comérselo.
Pero aunque muy asociado a la esclavitud, el de eunuco era un oficio mejor que otros. Y no habiendo tantos de dónde escoger, muchos hombres acudían al barbero no precisamente a que los afeitara. El barbero les cortaba el pene y entonces los hombres ya hechos eunucos pasaban días cruciales en los que podían morir. Si lograban orinar podían sentirse satisfechos, pero si no lo mejor que podían hacer era conseguirse un rápido y letal veneno porque de lo contrario la muerte sería lenta y muy, muy dolorosa.
Cierto es que no siempre se podía escoger la condición de eunuco. Algunos esclavos eran castrados por orden del señor que los compraba o los capturaba para después llevarlos a su palacio a que le cuidaran sus hembras. Y a otro desde la niñez su padre les veía la vocación, de manera que era éste el encargado de ordenar la castración del chiquillo para que llegado a hombre pudiera conseguirse un “buen trabajo”.
Los eunucos, ya metidos en el harén de su señor, eran hombres muy disciplinados y de pocas palabras. Todo escuchaban y todo veían pero nada decían. Tenían detalles más que comprometedores de la vida del príncipe, le sabían sus debilidades, defectos, caprichos y capacidades, cosas que guardaban secretamente por si algún día podían cambiarlas por poder, en un golpe de estado, revuelta o simplemente para colocar a un asociado en un buen puesto dentro de la corte.
Mucho se dice respecto a que los eunucos eran seres rencorosos que gozaban ver sufrir a las concubinas o a cualquier infeliz por causa de los caprichos y arranques del soberano. Eso no es para dudarse, los esclavos castrados tras su captura o los niños hechos así por los padres o tutores tenían más que motivos para estar resentidos, sobre todo teniendo frente a ellos siempre a las bellezas que formaban el harén del príncipe y sabiendo que de nada les podían servir. Podían, eso sí, excitarse, de cualquier forma nadie lo habría notado nunca.

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