Es muy famosa una película ya algo pasada de
moda protagonizada por Macaulay Culkin y Frodo Bolsón (perdón…, Elijah Wood) titulada
El buen hijo. El Culkin aquí hace de
las suyas todo lo que quiere. Posee una maldad aterradora y no se anda con
chiquitas para cargarse a quien no le agrade.
Hace años en una conferencia escuché a alguien
decir que no podía existir alguien que en la niñez tenga esa maldad, que la
maldad se desarrolla con los años y que a un niño le faltaría “madurarla” para
poder exhibirla como lo hace Culkin.
Pero en realidad el bueno hijo sí existió. Existió
y pudo haber sido rey de… España. Se llamó
Carlos de Austria, perteneció a la rama de los Habsburgo españoles y fue príncipe
de Asturias. Nació en 1545 como hijo del que llegaría a ser Felipe II de España
y de su esposa María de Portugal. Sus padres eran primos. Carlos, se cree, fue
una víctima más de la endogamia que practicaron los Habsburgo por siglos. Nació
deforme (algo así como Cuasimodo, pero los pintores en los cuadros lo
compusieron todo lo que pudieron), aunque no salió tan torpe como algunos de sus
parientes, sino extremadamente malo.
Tanta era la maldad del príncipe, que el rey,
el catoliquísimo Felipe II, no sabía qué hacer. Carlos era primogénito, y a los
ojos e ideología de su padre, había nacido en esa condición por voluntad de
Dios, y siendo así no se podía hacer nada para quitarle su derecho al trono,
porque hacerlo significaba ir contra los deseos del Altísimo.
Mientras el padre dudaba, Carlitos daba rienda suelta a sus deseos de hacer y ver sufrir. En la niñez se conformaba con cualquier infeliz, pero en cuanto fue haciéndose adulto empezó a tener entre ceja y ceja al mismísimo rey. Su muerte probablemente se debió a lo enfermizo que era, condición que le debía a la costumbre de los miembros de su familia de meterles mano a las primas, pero hay teorías quizás no del todo descabelladas que apuntan a un posible asesinato de Carlos ordenado por el propio Felipe II, quizás para que dejara de darle problemas o quizás para impedir que la maldad hecha hombre llegara a gobernar al reino católico por antonomasia: España.
Mientras el padre dudaba, Carlitos daba rienda suelta a sus deseos de hacer y ver sufrir. En la niñez se conformaba con cualquier infeliz, pero en cuanto fue haciéndose adulto empezó a tener entre ceja y ceja al mismísimo rey. Su muerte probablemente se debió a lo enfermizo que era, condición que le debía a la costumbre de los miembros de su familia de meterles mano a las primas, pero hay teorías quizás no del todo descabelladas que apuntan a un posible asesinato de Carlos ordenado por el propio Felipe II, quizás para que dejara de darle problemas o quizás para impedir que la maldad hecha hombre llegara a gobernar al reino católico por antonomasia: España.
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