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martes, 4 de septiembre de 2012

La nacionalidad de los reyes


Es curioso, por decir lo menos, que antes el nacionalismo no dañaba tanto a los países como ahora. Ese cáncer es relativamente nuevo, de finales del siglo XIX. Desde entonces si una persona quiere ser presidente de su país, ha de echar el árbol genealógico por delante para probar que su abuelo, su bisabuelo y quizás también su tatarabuelo fueron producción local.
Cuando el mundo era de los reyes, las cosas no eran precisamente como ahora. El patriotismo se centraba  en el rey, fuera quien fuera y de donde fuera. Porque resulta que  muchas veces los monarcas no eran originarios del país donde gobernaban. Por ejemplo España, exceptuando los lapsos en que ha sido republica o dictadura, no ha sido gobernada por alguien de pura cepa española desde que la muy ilustre doña Juana la Loca expiró allá por 1555. Incluso desde muchos antes sus funciones fueron meramente simbólicas ya que, como es bien sabido, de celos se volvió loca.
Después de ella los gobernantes de España fueron tan austriacos que así es como se les conoce: los Austrias. Tan malos para gobernar fueron que se acabaron, en apenas dos siglos, al más grande imperio de todos los tiempos. Fueron sustituidos por otros extranjeros, los Borbones, los actuales, pero cuando llegó  un momento en que ya no se les toleraba, los españoles se inclinaron, fieles a la tradición, por otro extranjero, un italiano.
Pero España no es una excepción. La exportación de reyes en otros siglos fue un recurso muy utilizado. En Rusia la familia Romanov no dejó de gobernar con la muerte del zar Nicolás II y su familia, sino muchos años antes. El zar Pedro III no era un Romanov, aunque por motivos políticos decidió serlo. Era en realidad alemán y su apellido Holstein-Gottorp.
En Inglaterra el nombre de la familia real hasta la Primera Guerra Mundial era, como ellos, muy alemán también: Sajonia-Coburgo- Gotha. La misma familia gobierna actualmente Bélgica y sigue metida, aunque sin corona, en Bulgaria.
En Grecia cuando se quitaron el pie turco de encima, pidieron un rey a Alemania, principal exportador de reyes del mundo. Les enviaron a un bávaro, que después fue sustituido por otro rey extranjero, éste de Dinamarca, del que desciende, como todo mundo sabe, la reina doña Sofía.
Es extraño que hoy muchas veces a un futbolista nacionalizado la afición le quiera  arrancar la playera con todo y pellejo, mientras que antes se soportaba que fuera extranjero hasta el mismísimo gobernante. 

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