Muchas veces encontramos sucesos y tradiciones
de la historia que son, cuando menos, raros y por demás interesantes. Por poner
un ejemplo está la tradición imperial que se desprende de Julio César, porque él,
aunque lo quiso y lo planeó, nunca fue emperador.
César fue ciudadano de una republica agonizante
y se esmeró en exterminarla para erigirse como emperador. El proyecto ya les
daba vueltas a muchos romanos por la cabeza, pero César, gracias a sus logros
militares, a su astucia y a su capacidad para engañar, era el más apropiado para
liquidar la republica y construir sobre sus ruinas un imperio.
Pero sus planes se fueron a la tumba con él. Su
probable hijo, Bruto, acabó con su vida con lujo de brutalidad, cuando Roma aún
era una republica. Aquí es donde la historia se vuelve extraña, por más que esté
bien justificada. Palabras como Káiser, del alemán, Zar, del ruso, Császár, del
húngaro, entre muchas otras, se traducen como emperador y se derivan, sí, del nombre de César. Es muy extraño que
los títulos imperiales que por siglos dominaron Europa hayan provenido del
nombre de un hombre que fue, toda su vida, ciudadano de una republica.
Tan ancestral extrañeza histórica se debe únicamente
a las precauciones del sobrino nieto de César, Augusto, el primer emperador de
Roma. Él se erigió como el sucesor de su tío, pero como no era su hijo, para
legitimizar sus derechos le pegó a su nombre el de César. De ahí en adelante el
nombre estuvo adherido siempre al titulo imperial, sustituyéndolo, como puede
verse, con el correr de los años y de los siglos, en Roma y fuera de Roma.
Cosa rara, a fin de cuentas, que el titulo con el que muchos monarcas durante varios siglos gobernaron férreamente sus imperios haya venido de un republicano. Pero así es la historia, tan extraña como los hombres que la hacen y los que la escriben.
Cosa rara, a fin de cuentas, que el titulo con el que muchos monarcas durante varios siglos gobernaron férreamente sus imperios haya venido de un republicano. Pero así es la historia, tan extraña como los hombres que la hacen y los que la escriben.
Suscribo la última frase. Si el hombre es extraño, cómo no lo va a ser su historia.
ResponderEliminarBesos
Lupa