Actualmente el francés sigue siendo un idioma
muy popular. Sin embargo, ni de broma puede compararse su
situación actual con la que tenía hasta antes de la Primera Guerra Mundial, cuando
era el idioma más importante del mundo.
Hubo una época, cuando este mundo era de los
reyes, en que el francés tenía que hablarlo cualquier hijo bien nacido, o que
cuando menos eso aparentara. Los miembros de las familias reales de cualquier
país, llámese Inglaterra, Rusia, el Sacro Imperio, Suecia, etc, tenían que
hablar el francés tan bien, e incluso mejor, que su lengua materna.
Los nobles no eran la excepción, al igual que
sus superiores los reyes, debían de dominar el francés desde muy temprana edad,
con fluidez, con buen acento y bien escrito, nada de en abonos y señas. Los
burgueses, por lo tanto, sabiendo que para poder progresar tenían que llevar
buenas relaciones con la nobleza, y que para tal efecto un buen dominio del francés
siempre serviría, se esmeraban en ser francoparlantes.
Los escritores de cualquier país, anteponiendo
siempre a sus colegas franceses por encima de los del resto del mundo, también
se esmeraban por dominar el francés mejor que su lengua materna. Algunos abandonaban
ésta para escribir en francés. Sabían que así serían más leídos. Los libros que
originalmente se escribían en francés, muchas veces eran exportados sin
necesidad de traducirse, porque estaban destinados sólo a la gente culta, la
que dominaba el idioma.
Cuando el mariscal Bernadotte, francés de
nacimiento y militar a las órdenes de Napoleón, fue coronado como rey de
Suecia, jamás, a pesar de que su reinado fue largo, pudo aprender el sueco. No
le hizo falta, cierto, porque como rey que era sólo hablaba con la nobleza, y
toda ésta dominaba a la perfección el francés.
Muchos franceses sin titulo ni renombre alguno,
que podían procurarse una modesta cultura, emigraban a otros países con la
intención de ser contratados por nobles familias para que les educaran a sus
hijos. Era muy común y una especie de moda que un niño noble tuviera un
preceptor francés, entre otras cosas, para que aprendiera el idioma con el acento deseado.
Esta situación no cambió en nada con la Revolución francesa; en
tiempos de los napoleones el idioma continuó siendo el preferido de la
aristocracia europea, aunque de ellos, los napoleones, el primero hablaba mejor
el corso y el segundo y el tercero el alemán.
Pero todo, o casi todo, tiene un final. En un país muy alejado de Francia, en el norte de América, algunos hijos de nadie, cuando no de vecino, a fuerza de sesos y de trabajo se hicieron ricos, muchos y mucho, y su idioma, el inglés, pronto se fue imponiendo en el mundo, y no sólo a la nobleza, también a la clase media le fue dando por aprenderlo. Y el francés, como alguna vez el griego, fue quedando relegado, no sin antes dejar honda huella en el mundo.
Pero todo, o casi todo, tiene un final. En un país muy alejado de Francia, en el norte de América, algunos hijos de nadie, cuando no de vecino, a fuerza de sesos y de trabajo se hicieron ricos, muchos y mucho, y su idioma, el inglés, pronto se fue imponiendo en el mundo, y no sólo a la nobleza, también a la clase media le fue dando por aprenderlo. Y el francés, como alguna vez el griego, fue quedando relegado, no sin antes dejar honda huella en el mundo.
Muy buen documento.
ResponderEliminartodavía me acuerdo que cuando yo estudiaba era le francés el idioma a aprender...durante casi 7 años lo tuve que hacer.
Un abrazo.
¡Siete años!, Pedro Luis, entonces imagino que lo hablas bastante bien.
ResponderEliminarUn abrazo