Entradas Héroes solitarios

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Reseñas de novelas de héroes solitarios

viernes, 23 de marzo de 2012

Los Kennedy, un drama americano (Peter Collier y David Horowitz)

Los Kennedy hasta la actualidad siguen siendo la familia más atractiva de todo el continente Americano,  no por los que viven hoy, no se ve a ninguno con posibilidades de llegar a la Casa Blanca, pero sí por los que vivieron en el siglo pasado. A pesar de que sólo John llegó a ser presidente, los demás miembros del clan hicieron lo propio para que el mundo fijara su mirada en ellos. Los líos de faldas de todos los varones de la familia, la manera en cómo el patriarca hizo su enorme fortuna y sobre todo la muerte trágica de varios miembros hicieron de los Kennedy una dinastía que vale la pena estudiar.
Sobre ellos, y más que nadie sobre John, se publican anualmente muchos libros en ingles. Bastantes menos de los quisiéramos se traducen al español y llegan a librerías hispanas, pero afortunadamente los necesarios para conocer la forma y el fondo de esta enigmática y no menos atractiva familia. Los Kennedy, un drama americano, de los periodistas norteamericanos Peter Collier y David Horowitz, es uno de los libros sobre  ellos, los Kennedy, más populares en español, desde que se editó por primera vez, en 1985. Y no es para menos, se trata de un libro bastante bueno, que ofrece una visión muy bien elaborada de todos los miembros de la familia.
Los autores repasan, uno a uno, a todos los Kennedy, desde el primero que llegó a los Estados Unidos con lo puesto proveniente de Irlanda en 1849, llamado Patrick, como el santo patrono de su país, un nombre que llevarían muchos de sus descendientes varias generaciones después para no olvidar su ascendencia católica irlandesa.
Patrick vivió poco tiempo en los Estados Unidos, murió joven, apenas alcanzó a dejar descendencia, de la que él jamás imaginó hasta dónde llegaría. Ya su hijo, con el fuerte estigma de ser “irlandés”, llegó a incursionar en la política de Boston, demostrando la gran ambición que caracterizaría tiempo después a todos los miembros de su familia.
Pero fue su hijo, Joseph Patrick, el segundo Kennedy que nació en los Estados Unidos, el hombre que trasformó a la familia en un mito, y sin duda sin él los Kennedy hoy en día no serían lo que son. Su importancia puede definirse con unas cuantas palabras: su hijo John fue presidente porque él decidió que lo fuera. Su enorme inteligencia lo llevó a comprender todas las vías que en su tiempo llevaban a hacer dinero. Y lo hizo a montones. En la forma era un ciudadano modelo: devoto católico, buen padre y esposo y patriota americano. En el fondo, sin embargo, jamás fue muy bueno para ocultar sus defectos, que le dieron fama de hombre inmoral con mil y un argumentos.
Me he encontrado con otros libros en los que ese patriarca, Joseph Kennedy, es retratado como un monstruo ambicioso capaz de apreciar a sus hijos en la medida en que éstos pudieran satisfacer su narcisismo y su enorme complejo de superioridad. Pero aquí no ocurre lo mismo. Si bien queda claro el porqué de su mala fama en muchos aspectos, como padre Collier y Horowitz nos ofrecen a un hombre con sentimientos, preocupado siempre por sus hijos, que llegó a sufrir como cualquier otro con las perdidas que tuvo que padecer.
Fue precisamente el carácter del padre lo que llevó a John y a sus hermanos a formar una familia tan hermética, compitiendo siempre entre ellos, pero protegiéndose como leones contra toda amenaza exterior. Los Kennedy no tenían amigos, porque sus amigos pronto tenían que pasar a ser sus sirvientes o sus bufones, para poder permanecer en su entorno. Sólo se preocupaban por su familia, lo demás, todo, podía ser sustituido siempre.
Los Kennedy, un drama americano nos ofrece un análisis muy detallado de ésta no poco interesante familia; como ya dije, de todos sus miembros y de todas las generaciones que han nacido en los Estados Unidos, incluyendo también a nueras y yernos y la razón por la cual estos últimos fueron admitidos en el clan. 
Quien haya pensado que las biografías de familia sólo son interesantes cuando se trata de los Habsburgo, los Borgia o los Borbones, sin duda se equivocó. 

martes, 20 de marzo de 2012

Churchill, Truman y los genocidios perdonados


Ahora que se habla mucho de que hasta los países más paupérrimos del globo pueden tener armas nucleares, me he puesto a pensar y no sin un poco de preocupación que en las guerras a los buenos -los que se dicen buenos o son recordados como tales- también se les pasa la mano. 
Quienes ganan una guerra, en la medida de la magnitud de ésta, se tiñen tanto de heroísmo que se pueden dar el lujo de no dar explicación alguna sobre sus crímenes y mucho menos de pedir perdón. En la Segunda Guerra Mundial se cometieron dos genocidios desde el aire donde murieron miles de inocentes, que no querían más guerra sino escapar de ella. Uno fue sobre ciudades japonesas y lo ordenó Harry Truman, el otro fue en Dresde y lo ordenó Winston Churchill. Dos lideres que pasaron a la historia como los buenos del conflicto.
Revisando mis libros me ha llamado la atención lo que ellos dijeron al respecto. Churchill de hecho no dijo gran cosa en sus memorias, y si mencionó el acontecimiento fue porque en tan voluminosos libros era imposible omitirlo. Pero apenas le llevó dos líneas:   

(…) en febrero hicieron una incursión sobre Dresde (La Real Fuerza Aérea inglesa), que entonces era el centro de comunicaciones del frente oriental alemán.

De las víctimas ni una palabra. Quizás pensó que mencionarlas no cambiaba el hecho.
Truman, en cambio, estaba obligado a dedicarle más líneas en sus memorias a su propio genocidio. Y cierto es que no trató de repartir culpas, al contrario:

Me correspondió a mí la decisión final acerca del lugar y el momento de emplear la bomba atómica. Que quede esto bien claro.

Lo que no deja de llamar la atención es que la vida de miles de inocentes podía depender no de su conciencia sino del clima:

(…) fueron recomendabas como objetivos las cuatro ciudades siguientes: Hiroshima, Kokura, Nagasaki y Niigata. Quedaron relacionadas por este orden como objetivos del primer ataque. El orden de selección estaba de acuerdo con la importancia militar de las ciudades, pero se concedía autorización para modificarlo si lo exigían las condiciones meteorológicas en el momento del bombardeo.

Y una vez achicharrados los inocentes, o más bien lo que le sigue, ni aun siendo tantos Truman se acordó de ellos, aunque sí sabía bien lo que había hecho:

Quedé profundamente impresionado (…) después dije al grupo de marinos que tenía a mi alrededor: “Éste es el hecho más grande de la historia”.

Eso es bien cierto. Allí la humanidad comprendió que un mal día sin deberla ni temerla podía desaparecer por orden de un dictador o de un presidente elegido democráticamente. A fin de cuentas, cuando se enojan llegan a parecerse mucho unos a otros.
Algunas personas me han dicho a lo largo de los años que esos genocidios fueron necesarios para no prolongar la guerra y ahorrar vidas. Eso para mí no cambia las cosas. Siempre que se asesine a inocentes, por el motivo que sea, será el hecho un crimen abominable. Además, está bien claro que la masacre de Dresde no era necesaria. La ciudad no tenía importancia militar. Y cuando ocurrió lo de Japón, el país ya estaba por doblar las rodillas, ya no tenía aliados y su fuerza militar se agotaba con demasiada rapidez. Fueron en realidad actos para demostrar fuerza, sin importar las vidas de inocentes que ello costara.