En los
tiempos de las monarquías, se suponía que los príncipes eran transitorios, ya
que en algún momento llegarían a ser reyes. Es cierto que había príncipes que
ostentaban ese rango como un titulo nobiliario y que jamás pasaban de allí, también
que otros aunque sí eran hijos de reyes no eran primogénitos, por lo que estaban imposibilitados para escalar el peldaño.
Sin embargo,
hubo príncipes de los que se esperó mucho, ya que nacieron -incluso fueron
planeados- para gobernar. Algunos fueron tan importantes aun siendo niños que
pasaron a los libros de historia sólo por lo que se esperaba de ellos, sin haber consumado mérito alguno. Y el hecho de que murieran jóvenes, sin llegar al
destino que les tenían preparado, hizo que fueran príncipes eternos.
Quizás el
más importante es Napoleón II. Nunca llegó a emperador, por más que los
franceses por nostalgia y homenaje le dieran ese titulo. En realidad fue más
austriaco que francés; fue educado como un archiduque, pero su abuelo, el
emperador de Austria, Francisco I, únicamente lo hizo duque, duque de
Reichstadt, y ése fue el nombre que llevó toda su corta vida, porque Napoleón
dejó de serlo con apenas cuatro años.
Otro príncipe
eterno fue su –probablemente- sobrino, Napoleón Eugenio Bonaparte, el hijo de
Napoleón III y la condesa española Eugenia de Montijo. Murió muy joven,
peleando en nombre de Inglaterra contra salvajes africanos. Los seguidores de
su padre lo llamaron Napoleón IV, pero jamás llegó a serlo.
En Austria
también pasó a la historia por ser solamente príncipe el archiduque Rodolfo. Fue
hijo de la famosa emperatriz Sissi y de su esposo, Francisco José I. De carácter
rebelde y emocionalmente inestable, como su madre, Rodolfo tuvo siempre
problemas con su padre, el emperador. Lo contradijo toda su vida y llegó un
momento en el que su relación fue insostenible. Se suicidó, después de planear
traicionar a su progenitor, con su amante, una hermosa y enigmática baronesa húngara,
María Vetsera, pero debido a que la familia Habsburgo trató de impedir que los
detalles fueran del dominio público, surgieron infinidad de leyendas sobre su
muerte, todas tan fantasiosas como falsas.
Otro príncipe
eterno, aunque de república, fue John F. Kennedy Jr. Como hijo de un carismático
y pésimo presidente asesinado mientras ejercía sus funciones, pasó a ser una
especie de príncipe en su país, y no eran pocos los que aseguraban que llegaría
a ocupar la Casa Blanca.
Sin embargo, la afición que los miembros de su familia tuvieron siempre por
desafiar el peligro, lo hizo estrellarse en su avioneta sin poder llegar a
destacar en la política.
Estos personajes
nacieron con muchas expectativas puestas en ellos. Pero la muerte se les
atravesó en el camino y jamás llegaron a gobernar. Fueron, o más bien son, príncipes
eternos.