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martes, 11 de diciembre de 2012

¿Por qué Hitler odiaba a los Habsburgo?


Hitler, como bien sabe casi todo mundo, nació en Austria y en calidad de súbdito de la dinastía Habsburgo, durante el reinado de Francisco José I, en un largo período en el que el imperio vivió de todo.
Austria era en ese entonces uno de los países más poderosos del mundo y también un rareza. Tenía colonias, como todo imperio, pero no en África, Asía o América, no, las tenía en su entorno, pegadas a sus fronteras.
Esta extraña situación que va contra cualquier ideología nacionalista, permitió al imperio Austrohúngaro ser una especie de paraíso de la libertad de cultos, de lenguas y de ideologías. Los hombres más cercanos al emperador eran nobles de diferentes nacionalidades. En el gobierno imperial podía haber italianos, polacos, bohemios, checos y…, desde luego, judíos.
Los judíos austrohúngaros incluso podían adquirir, por méritos, la codiciada preposición von que todo aristócrata austro-alemán ponía antes de su apellido para diferenciarse de los demás. Von se pronuncia fon y se traduce como de.
Esa maravilla de imperio donde cualquier persona podía vivir tranquilamente sin que le causaran problemas sus antecedentes culturales desapareció, sí, por culpa del nacionalismo. Eso de ser patriota es bueno, pero lo de ser nacionalista ya viene a ser cuestionable.
Pues bien, en ese imperio único en el mundo nació Hitler, uno de los seres más fanáticos en intransigentes que han existido. En cuanto se bañó de nacionalismo empezó a no gustarle el lugar donde vivía. No podía creer que en Viena convivieran arios con polacos, italianos, checos, croatas, rumanos y hasta con judíos.
Su odio hacia los Habsburgo surgió precisamente por eso, porque ellos crearon piedra por piedra ese imperio de libertades culturales, ese paraíso de hombres y mujeres libres que el fanatismo destruyó. Es cierto que los Habsburgo se llevaron por delante al imperio español, que era el más poderoso del mundo cuando se lo adueñaron, pero en Austria no destruyeron, allí hicieron una gran obra que defendieron con uñas y dientes hasta que el nacionalismo se volvió una fiera incontrolable.

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