Hitler,
como bien sabe casi todo mundo, nació en Austria y en calidad de súbdito de la dinastía
Habsburgo, durante el reinado de Francisco José I, en un largo período en el
que el imperio vivió de todo.
Austria
era en ese entonces uno de los países más poderosos del mundo y también un
rareza. Tenía colonias, como todo imperio, pero no en África, Asía o América, no,
las tenía en su entorno, pegadas a sus fronteras.
Esta extraña
situación que va contra cualquier ideología nacionalista, permitió al imperio
Austrohúngaro ser una especie de paraíso de la libertad de cultos, de lenguas y
de ideologías. Los hombres más cercanos al emperador eran nobles de diferentes
nacionalidades. En el gobierno imperial podía haber italianos, polacos,
bohemios, checos y…, desde luego, judíos.
Los judíos
austrohúngaros incluso podían adquirir, por méritos, la codiciada preposición von que todo aristócrata austro-alemán
ponía antes de su apellido para diferenciarse de los demás. Von se pronuncia fon y se traduce como de.
Esa maravilla
de imperio donde cualquier persona podía vivir tranquilamente sin que le
causaran problemas sus antecedentes culturales desapareció, sí, por culpa del
nacionalismo. Eso de ser patriota es bueno, pero lo de ser nacionalista ya
viene a ser cuestionable.
Pues bien,
en ese imperio único en el mundo nació Hitler, uno de los seres más fanáticos
en intransigentes que han existido. En cuanto se bañó de nacionalismo empezó a
no gustarle el lugar donde vivía. No podía creer que en Viena convivieran arios
con polacos, italianos, checos, croatas, rumanos y hasta con judíos.
Su odio
hacia los Habsburgo surgió precisamente por eso, porque ellos crearon piedra
por piedra ese imperio de libertades culturales, ese paraíso de hombres y
mujeres libres que el fanatismo destruyó. Es cierto que los Habsburgo se
llevaron por delante al imperio español, que era el más poderoso del mundo
cuando se lo adueñaron, pero en Austria no destruyeron, allí hicieron una gran
obra que defendieron con uñas y dientes hasta que el nacionalismo se volvió una
fiera incontrolable.
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