En la época
de las monarquías los matrimonios, que no los amasiatos, estaban muy
delimitados por estrictas reglas que partían del rango aristocrático, la antigüedad
del apellido, el país de los contrayentes y la fortuna que los cobijaba. Se podía
brincar esas reglas, pero a un precio a veces muy alto.
Los reyes,
los destinados a ser reyes y los hermanos, primos, sobrinos, etc, de éstos, tenían
que casarse entre sí. Si revisamos un poco la historia, las familias reales más
importantes no eran tantas (aunque algunas desaparecían y eran sustituidas por
otras): los Habsburgo, Borbón, Romanov, Hohenzollern, Coburgo, Wittelsbach, Braganza,
Saboya, Orange-Nassau, y quizás algunas otras que ahora olvido, tenían el
control de Europa, y del mundo. Casi por obligación o por una enfermiza
costumbre, sus miembros tenían que casarse entre sí, pero luego había algunas
como los Habsburgo, quienes en un momento creyeron que era mejor casarse entre
los miembros de la misma familia. El resultado de eso fue archiduques que para
llevarse el pan a la boca y no meterlo por la nariz pasaban una odisea.
Los príncipes,
por aquello de las enfermedades y porque se valía soñar con parientes muertos y
una corona en la cabeza, siempre procuraban casarse con alguien de su mismo
rango aristocrático, ya que hacerlo con alguien que no lo era podía sacarlos de su familia y alejarlos del trono. Podían enamorarse de una condesa y descender un peldaño si
se casaban con ella, pero pocos se animaban porque tal cosa siempre les
acarreaba desgracias. Sus hijos ya no formarían parte de la familia real, el
matrimonio de los padres sería morganático y ellos tenían que llevar el
apellido más inferior.
Hubo algunos
príncipes que sí se dejaron arrastrar por el amor. Por ejemplo, el archiduque
Francisco Fernando de Austria, el mismo cuya muerte fue la primera de la gran
guerra, se casó con una condesa, Sofía Chotek, en contra de las disposiciones
de la casa de Habsburgo, y pagó muy caras las consecuencias. Aunque el
emperador Francisco José no le quitó su puesto como primero en la línea de
sucesión, a sus hijos sí les quitó la gracia de ser Habsburgo y en las
ceremonias reales a su esposa la ponía lejos de él, en el rincón más apartado.
Por casos
como el anterior, la aristocracia tenía muy claro lo que eran los matrimonios
reales y los nobles. Brincarse la cerca se les antojaba a pocos. Los hijos de
estos raros matrimonios solían sufrir mucho. En su familia por el lado noble
podían comportarse con cierta arrogancia por ser superiores, pero en su familia
por el lado real eran tratados con desdén y no se les consideraba miembros, por
más que se parecieran al abuelo emperador.
Lo que sí
es cierto es que los nobles tenían un mercado de opciones mucho más extenso que
sus superiores los reyes. Aunque también cabían las discriminaciones, porque un
duque no era capaz de casar a su hija con el hijo de un barón, o un conde cuyo
titulo tenía tres siglos de antigüedad no quería nunca emparentar con un marqués
de reciente creación. Los nobles eran creados constantemente, ya fuera por
meritos militares o políticos, o simplemente por hacerle un préstamo al rey, o,
en casos más extraños, como el de Manuel Godoy, por hacer bien el amor.
Después de la revolución francesa, como todo lo que rodeaba a las monarquías, esa costumbre se vino debilitando. Los matrimonios morganáticos se hicieron muy comunes, las plebeyas se casaron primero con nobles y luego con reyes sin que eso a sus esposos les costara perder su posición. Aunque, cierto, aún en nuestros tiempos las fronteras estamentales continúan existiendo, pero ya no tanto como antes, ahora ya muchas veces se antepone la calentura al protocolo.
Después de la revolución francesa, como todo lo que rodeaba a las monarquías, esa costumbre se vino debilitando. Los matrimonios morganáticos se hicieron muy comunes, las plebeyas se casaron primero con nobles y luego con reyes sin que eso a sus esposos les costara perder su posición. Aunque, cierto, aún en nuestros tiempos las fronteras estamentales continúan existiendo, pero ya no tanto como antes, ahora ya muchas veces se antepone la calentura al protocolo.